sábado, 6 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 3º.

–¿Tienes algo que hacer esta tarde? –Me preguntó él tras dejar la taza sobre el pequeño plato de porcelana. 
–Ir a terapia. –Zanjé yo con voz suave, sin sonar tosca, pero tampoco parecía agradada por la confesión. 
–¿Te importaría que fuese a recogerte? –Me preguntó y volvió a carraspear acto seguido. 
–¿Para qué? –Fruncí el ceño suavemente, humedeciéndome los labios lentamente aún con el entrecejo arrugado. 

¿A qué juegas? 

–Quiero... que me des tu opinión. –Musitó tras tragar saliva sutilmente. 
–A cerca de... –Comenté yo, aún con aquella mueca. Esperaba que se explicase. 
–Un proyecto que tengo en mente, Alma, te necesito. –Alzó un tanto la voz y buscó mis manos con las suyas. 

Y yo a ti... 

–Pero... ¿a mí por qué? 
–Por algo te hicieron redactora jefe, Alma. Eres buena y yo estoy algo... espeso. –Apretó suavemente mis manos con las suyas. 
–Tú nunca has estado espeso, Jared... –Fruncí el ceño suavemente, esta vez con algo de preocupación y ladeé el rostro. 
–Ahora sí... No entiendo qué me pasa. –Llevó una mano a su frente, dejando la otra enlazada con las mías. 
–¿Quieres que nos veamos después de terapia? –Le pregunté mientras lo observaba, conmovida en realidad por su situación. 
–Claro que sí, Alma, sólo facilítame la dirección y la hora a la que debo estar ahí e iré a recogerte. –Alzó la mirada hacia mí, volviendo la mano que mantenía en su frente hacia las mías. 
–No... no te molestes, Jared, podemos quedar en algún lugar si quieres. 
–No es ninguna molestia, Alma... Al contrario, te agradezco muchísimo que me ayudes, de verdad. 
–No hay de qué... De todas formas no tenía nada mejor que hacer. –Me encogí de hombros suavemente, reprimiendo una sonrisa suave mientras me mordía el labio inferior una vez más con cuidado. 
–Cualquier cosa es mejor que trabajar. –Esbozó una sonrisa suave, humilde a mi parecer. 
–Oh, créeme que no... ¿Qué puede hacer uno solo aburrido en casa? 
–Se me ocurren un par de cosas... –Susurró con discreción, ensanchando su sonrisa con diferencia. 
–Todo es mejor en compañía. –Alcé las cejas de manera sutil. 
–Puede que sí. Todo depende de quién te acompañe. –Se inclinó un tanto más sobre la mesa, desafiándome, dirigiendo su mirada directamente a mis ojos, casi podía sentirlo. 
–Mientras permanezca yo al mando no habrá problema. –Contraataqué, ampliado mi sonrisa también, aunque no de forma excesiva. 
–No me cabe duda. –Asintió él para mi sorpresa y me guiñó un ojo, haciéndome ruborizar de forma casi instantánea. 

¿En serio, Alma? ¿Estaba ocurriendo lo que creía? Teniendo en cuenta que lo que creía era que habíamos cruzado el umbral de lo sexual en nuestra conversación, si resultaba que en efectivo estaba ocurriendo, definitivamente era el mejor día de mi vida. 

–¡Cariño! –Exclamó ella mientras se inclinaba hacia nosotros desde el otro lado de la ventana. 

Se trataba de Verónica, la zorra de Verónica. 
Jared soltó mi mano cuando ella dio unos golpecitos en el cristal para llamar su atención. Ella esbozó una amplia sonrisa tan siquiera sin molestarse en mirarme y desapareció, evidentemente en dirección a la entrada de la cafetería, por lo cual agarré mi bolso tras soltar un par de monedas sobre la mesa e hice ademán de levantarme de mi asiento, pero Jared agarró una de mis muñecas y me retuvo. 

–Eh, ¿adónde vas, Alma? –Me preguntó con el ceño fruncido y yo tiré de mi propia mano para que me liberase. 
–A trabajar, Jared... –Tragué saliva, sintiendo como mis nervios iban en aumento. 
–Vamos, Alma... ni siquiera has terminado el café. –Se levantó también de la silla y se aproximó a mí, algo inquieto. 
–He de irme, Jared... Nos vemos luego. –Lo rodeé y alcé la vista para dirigirme a la salida, tuve que rodear también a Verónica, que, como de costumbre, hizo como si no existiera. 
–¡Mi amor! –Escuché gritar a Verónica de forma clara justo al cruzar el umbral de la puerta. 


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Cerré la puerta de mi despacho casi dando un portazo. Me sentía furiosa... 
En ese mismo instante hubiera sido de gran ayuda que el asesinato fuese legal, pues sin duda, fantaseaba con agarrar a Verónica del cuello y no soltarla hasta que dejase de moverse. 
No entendía qué era lo que tenía ella que no tuviese yo... Bueno sí, más técnicas sexuales aprendidas. 
Por dios... Verónica había sido mi mejor amiga desde el instituto y en su época de animadora se había acostado con todo el equipo de fútbol del instituto. Sin exagerar.
Mientras ella se dejaba las rodillas en cualquier baño público, yo me dejaba los codos en casa para llegar a ser quien hoy soy, ¿y para qué? ¿para que al final ella se llevara al amor de mi vida? ¿para que eligiera a la de los grandes pechos y cintura fina? 
No podía creer que hubiese ganado ella. Ella, joder. 

Me desplomé en la mullida silla del despacho con olor a rosas y fresas proveniente del ambientador que dispersaba dicha fragancia cada cierto tiempo y suspiré con fuerza, intentando apaciguar aquella furia interna que me consumía. 
Sabía que no tenía nada que ver con ella, en lo único que nos parecíamos era en el color del cabello y porque ella se había empezado a teñir a los dieciocho. 
Yo... Yo carecía de grandes... 'cualidades' físicas, él mismo me había dicho que tenía cuerpo de niña y cara de ángel. Que aparentaba tener dieciocho a pesar de haber cumplido los veintiséis hace poco. Quizá ese fue el problema, a lo mejor su físico maduro e imponente no lucía frente a este «cuerpo de niña». Era cierto, muy cierto. 
No es que esté acomplejada, al contrario, me gusto, pero, digamos que no tengo los pechos de Verónica. Ni la mitad siquiera. 

Un par de golpes procedentes de la puerta de mi despacho me hicieron saltar de forma estúpida sin remedio. 

–¿Sí? –Contesté con el mejor tono que pude y me erguí en la silla, atenta para ver de quién se trataba. 

Jared se apresuró en invadir mi despacho y tras cerrar la puerta a su paso se aproximó a mí, inclinándose sobre la mesa para apoyar las palmas de las manos en la misma y fulminarme con la mirada acto seguido. Parecía algo molesto, apenado quizás, no estaba segura. 

–Alma... 
–¿Qué pasa, Jared? -Le pregunté, haciéndome la tonta. 
–No tienes por qué irte cada vez que aparezca, sólo venía a saludarme. Además... estábamos tomando un café. Y hablando. –Comentó él con una mueca de apeno y se humedeció los labios con rapidez al terminar de hablar. 
–No, Jared, prefiero desaparecer cada vez que se encuentre en la misma habitación que yo. –Increíblemente mi tono sonó relajado a pesar de que estaba que echaba chispas por dentro. 
–¿Por qué? ¿Qué problema hay? –Alzó la voz un poco, sabía que se sentía impotente, siempre hacía lo mismo, la misma reacción por costumbre. 
–¿Cómo que qué problema hay, joder? –Alcé también la voz, quizá demasiado para el lugar donde nos encontrábamos. Me levanté de la silla, encarándolo y explotando al fin. –¡Se comporta como si fuese la última mierda del mundo! ¿Acaso estoy obligada a aguantar las miradas de asco que me echa? ¿Te das cuenta de cómo me ignora? ¿Crees que es justo? ¡Claro que no, Jared! ¡Yo! ¡Soy yo la que debería sentirse furiosa y no ella! ¡Ella se ha quedado con mi marido y no a la inversa! ¡Ella me ha arruinado la vida, y no a la inversa, maldita sea! –Fruncí los labios en una mueca desconsolada y volví a sentarme en la silla con un sollozo. –Lo único que intento es que deje de joderme. -Susurré mientras lo miraba con el ceño fruncido, llorando frente a él desconsoladamente. 

Jared se quedó allí parado, observé como tragaba saliva y rodeó el escritorio para dirigirse hacia donde estaba e inclinarse hacia mí. 

–Lo siento... –Susurró justo después de presionar sus labios sobre mi frente. Había escuchado eso tantas veces... –Estoy tan arrepentido... –Susurró mientras rodeaba mi cintura con los brazos fuertemente. 

Definitivamente eso era nuevo. 

–Necesito estar sola, Jared... –Susurré muy bajo y me sequé las lágrimas de los ojos con un pañuelo de papel que guardaba en uno de los bolsillos de mi bolso. 
Jared aceptó sin rechistar y se apartó de mi lado, dándome primero un nuevo beso en la mejilla y dejando las monedas que había dejado sobre la mesa de la cafetería minutos antes sobre mi escritorio. 

–Hasta luego, Alma. 

Me limité a asentir y él no tardó en salir de mi despacho. 



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–Buenas tardes, Alma. –Me saludó el apuesto psicólogo de ojos verdes.
–Buenas tardes, Thomas. –Esbocé una sonrisa leve, casi imperceptible y accedí a su consulta una vez él me hubo invitado a pasar, dirigiéndome sin demora alguna hacia el sillón de cuero rojizo. 
–¿Qué tal te ha ido el fin de semana? –Preguntó él a la vez que se sentaba frente a mí como de costumbre. 
–Lo cierto es que me lo he pasado en casa leyendo y trabajando... –Me encogí de hombros con suavidad, sintiéndome un tanto culpable por el simple hecho de que Thomas me había sugerido que debía salir a tomar algo, que me iría bien tanto para conocer a personas, como para despejarme. 
–¿Y eso? ¿Qué ocurrió para que te quedases en casa? –Preguntó él con el ceño fruncido en una mueca de profesionalidad e interés. 
–Alicia marchó con su novio a la ciudad de al lado y no supe con quién salir. Ya sabe, no me da buena espina salir sola en la madrugada. –Intenté arreglarlo para evitar un sermón. 
–E hiciste bien, Alma. No es buena idea que salgas totalmente sola en la madrugada. –Asintió él, relajando un tanto el ceño e inclinándose un tanto más hacia mí, como acostumbraba a hacer. –Te propongo algo. –Soltó él como si se tratase de la mayor confidencia jamás conocida. 

Asentí tan sólo por curiosidad, sin importarme demasiado lo que iba a proponer, simplemente queriendo que hablase para calmar aquél picor de duda. 

–Dígame. 
–Puedes llamarme la próxima vez que no sepas con quién salir y lo desees. –Thomas alzó una ceja sutilmente y se pasó una mano por el mentón lentamente. –Puedo enseñarte algunos locales seguros y tranquilos donde ir cuando te aburras o sientas que necesitas despejarte. 
–Oh, no puedo aceptar, Thomas, disculpe... –Mi voz se tornó tenue y tímida. –No me gustaría molestarlo. Y menos en un fin de semana. 
–He sido yo el que te lo he propuesto, Alma, no es molestia alguna, de verdad, puedes contar conmigo. –Insistió él, sacando una tarjeta de cartulina y un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta y comenzó a escribir algo en ella. –Ten... –Susurró él tras guardarse el bolígrafo, procediendo a entregarme la tarjeta. –Si llamas al número de la tarjeta de visita no podré cogerlo porque corresponde a ese de ahí. –Señaló al teléfono de mesa que se hallaba sobre el robusto escritorio del psicólogo. –El número que te acabo de dar es el de mi móvil, así me enteraré cuando me llames. –Thomas esbozó una sonrisa amplia y cortés, a la que yo respondí con una un tanto más suave, pero expresando de igual manera gratitud y amabilidad. 
–Gracias, Thomas... –Susurré mientras doblaba la tarjeta que me había dado y la guardaba en mi bolso. 
–Sólo espero que hagas uso de él. –Volvió a erguirse, tomando una vez más aquella actitud posesiva y profesional que tanto lo caracterizaba. 

Me apresuré a asentir, sintiéndome un tanto cohibida por su altura y la anchura de sus hombros, pues aún sentado, él seguía siendo notablemente más alto que yo. 

–¿Cómo te ha ido hoy? –Me preguntó, apuñalándome en la herida fresca mientras hablaba. 
–¿Le digo la verdad o le ahorro trabajo? –Le pregunté, llevando la mirada a mi regazo, donde se hallaban mis manos enlazadas e inquietas. 
–¿Qué pregunta es esa? –Sonó un tanto enojado, quizás involucrado o tal vez interesado en gran medida. 
–Hoy he perdido los nervios, Thomas. –No quería sonar tan acongojada en realidad, pero lo había hecho. 
–Cuéntame qué ha pasado. –Casi me ordenó. 
–Pues, como de costumbre, Jared y yo bajamos a tomar un café y... pues ella apareció por allí. 
–¿Eso es todo? –Thomas parecía realmente interesado en el tema. 
–Sabe como es, Thomas, ni siquiera me miró, comenzó a gritar en mitad de la cafetería cuánto lo quería y yo me largué de ahí. –Hice una pausa, recordando lo que ocurrió más tarde, aún sin alzar la vista de mi regazo. –Más tarde, Jared subió a mi despacho, parecía molesto y apenado a la vez por mi ida. Me preguntó por qué me iba cada vez que ella aparecía y... grité, le grité todo lo que había estado acumulando durante bastante tiempo. 
–Eso no es bueno, Alma... 
–No aguantaba más. Por una cosa o la otra siempre soy yo la rara, la que hace mal las cosas y no Verónica. Como si fuese yo la culpable de todo lo ocurrido. –Me dolía terriblemente hablar de aquello, pero estaba dispuesta a cicatrizar. 
–No tienes la culpa de absolutamente nada, Alma, créeme. Aquí ellos son los únicos que han sido injustos contigo y no a la inversa. Se comportan como un pisapapeles, tú intentas pasar página mientras ellos se encargan de impedirlo. –La voz de Thomas se había vuelto un tanto emocional, como si sintiera rabia o impotencia por la situación. 



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Tres cuartos de hora se consumieron raudos mientras interactuaba con el psicólogo, y la hora de marcharme llegó. De mi cabeza no había salido el hecho de que Jared estaría esperándome en la puerta cuando bajase para marchar. Que posiblemente pasásemos la tarde juntos y... bueno, quién sabe si también la noche. Rezaba intensamente por aquella remota y anhelante posibilidad.

–Bien... nos vemos mañana, Thomas. –Alcé una mano cuidadosamente para despedirme de él en un suave gesto de dedos.
–Alma, espera, eres mi última paciente, marcho ya a casa, así que si quieres, podría acercarte a casa. –Se encogió de hombros muy suave, dirigiéndose conmigo hacia la puerta para salir del estudio. 
–Eh... me encantaría, la verdad... pero he quedado, vienen a buscarme. 
–Oh, ¿en serio? –Arqueó las cejas a la vez que esbozaba una sonrisa suave, conforme. –Eso es genial, Alma, ¿con quién has quedado? Si me permites la pregunta. 
–Con Jared. –Confesé sin saber en realidad cómo reaccionaría. 
–¿Perdón? –Exclamó él y tanto la sonrisa como la mueca de conformidad desaparecieron de forma automática. –Estarás bromeando, ¿no?
–No... solo son asuntos de trabajo, Thomas, lo tengo controlado. 
–Cielos... –Se llevó la mano a la nuca y se aplacó allí el pelo. Parecía un tanto irritado e inquieto. –No sé, Alma... 
–Siempre tengo tus consejos en cuenta, solo quiero ver si soy capaz de trabajar a su lado sin ponerme a llorar. –Alcé la vista hacia el rostro de Thomas, que parecía otra persona mostrándome aquél lado ofuscado suyo. 
–No puedo creérmelo, Alma... maldita sea, qué difícil es todo contigo... –Me susurró entre dientes, mientras negaba con la cabeza lentamente y cerraba la puerta del estudio no con demasiada delicadeza. 

Observé cómo bajaba las escaleras apresuradamente, haciéndome sentir estúpida y avergonzada de lo que había pensado momentos antes, de pensar en Jared. Thomas tenía razón, aquello no era bueno para mí, pero apenas podía evitarlo, era como si necesitase aquello aunque me perjudicase aún sabiendo el mal que me hacía. 


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ALMA.




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¡Hola, chicas!
Esta ha sido una de las semanas pésimas de exámenes finales, ni se imaginan lo mal que lo pasé. ¡Pero bueno! Ya solo me quedan tres exámenes más y me dedicaré a fondo a la fic, que me muero de ganas. :D 
Disculpen la demora y espero que hayan disfrutado del capítulo.
¡Besos!

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