miércoles, 11 de marzo de 2015

CAPÍTULO 7º.

―¿Qué haces aquí, Jared? ―Pregunté mientras me aproximaba un paso a la puerta, quedando justo detrás de Thomas, quien me impidió seguir avanzando hacia Jared mientras extendía un brazo hacia mí cuidadosamente.
―¿Qué más da? ¿Quién demonios eres? ―Jared se acercó peligrosamente a Thomas mientras lo fulminaba con la mirada.

El terapeuta no se movió del sitio, pero podía ver a la perfección la forma en la que apretaba la mandíbula y los puños. El ambiente olía demasiado a tensión.
―¿Quién te crees que eres para presentarte así en casa de Alma y exigirle explicaciones? Hasta donde yo sé estáis divorciados. Lo que ella haga a ti no te importa lo más mínimo. ―La voz del psicólogo sonó temiblemente ronca, casi gutural. Evidentemente estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no liarse a hostias allí mismo con mi ex marido.
Cuando observé la forma impaciente en la que suspiraba Jared, me aproximé a él, esquivando el brazo de Thomas para posar las manos en los pectorales de mi ex marido, el cual retrocedió ante aquél contacto, aún sin apartar la mirada del psicólogo.
―¿Quieres tranquilizarte? ―Fruncí el ceño, agarrando la camiseta negra que llevaba entre mis puños para mantenerlo alejado de la otra bestia que se hallaba a mis espaldas.
―¿Tranquilizarme? Llevas semanas sin dirigirme la palabra y ahora me encuentro con esto... ¿Qué cojones está pasando, Alma?
―Sabes perfectamente lo que pasa y no te atrevas a reprocharme nada. No fui yo la que me acosté con otro mientras aún estaba casada.
―Creí que estabas enamorada... de mí. ―Sus ojos claros se clavaron en los míos con dureza, y quizá algo de anhelo.
―Eres un jodido egoísta si piensas que va a estar enamorada de ti toda la vida. ―Intervino Thomas, quién tomó mi mano para atraerme hacia él, lejos de Jared.
―¿Alguien estaba hablando contigo, gilipollas? ―Rugió Jared y tragó saliva cuando el psicólogo me rodeó la cintura con los brazos fuertemente, dejando su mentón sobre uno de mis hombros.
―Deberías marcharte, Jared. Hablaremos cuando te tranquilices. ―No podía apartar la mirada del joven rubio que me observaba de forma fija, esperando algún tipo de explicación a aquello. Sus ojos me suplicaban que le dijera que todo aquello era tan solo una broma pesada. Que no lo había reemplazado, pero, ¿acaso él no me había reemplazado antes a mí?

Jared se marchó no demasiado contento y entonces me giré, aún en los brazos de Thomas para hundir el rostro en su torso, sin saber en realidad qué hacer o cómo sentirme.
Él me tomó en brazos, y yo, por mi parte, rodeé su cintura con mis piernas para sujetarme bien a él mientras entraba dentro de casa y cerraba la puerta.

La cena consistía en un sofrito de acelgas con atún y maíz, unas tostadas con queso para untar y un par de vasos de batido de plátano recién hecho.
Nos habíamos sentado uno junto al otro sobre aquellos altos taburetes que nos alzaban hacia la barra de la cocina, que se hallaba repleta de nuestra cena.

―Gracias... ―Susurré con suavidad tras dejar el vaso a un lado y girar la cabeza hacia mi nuevo novio.
―¿Y eso? ―Thomas frunció el ceño, agarrando su correspondiente vaso a la vez.
―Por no perder los nervios antes. Si hubiese sido por él, aún estaríais enganchados en el suelo. ―Lo observé con fijeza y alcé la mano para echar un mechón de pelo rojizo hacia atrás, junto a la ola de su flequillo.
―Y si hubiese sido por mí también, pero sé que para ti hubiese sido espantoso y yo, al contrario que él, sé pensar más allá de mis narices. ―Thomas se dejó hacer, alelado mientras me observaba a los ojos.
―No quiero que te arrugues el traje. ―Susurré mientras dirigía la palma de mi mano por la longitud de su columna vertebral. ―No así. ―La entonación divertida en aquella simple expresión le quitó todo el peso a la conversación.

Thomas alzó las cejas mientras bebía de su vaso, dejándolo después a un lado.
―¿Y cómo entonces? ―Una suave sonrisa leve iluminó el rostro del psicólogo, el que se giró de forma completa para quedar orientado en mi dirección.
―Se me ocurren un par de cosas. ―Le guiñé un ojo, sin moverme aún.
―Ilústrame.

Emití una suave carcajada. Ni yo misma recordaba el sonido de mi misma voz riendo.
―Ven aquí. ―Le hice un gesto de dedos para que se aproximara a mi rostro. Y él obedeció, inclinándose hacia mí. Deposité un dulce beso breve sobre sus labios y otro sobre su nariz, acariciando su mejilla dulcemente entre tanto. ―Terminemos de cenar. ―Susurré sobre su rostro, sin dejar de acariciarlo aún.
―Hmmm... ―Refunfuñó él mientras se erguía, observándome con una suave sonrisa acusadora.
―Como tú me dirías; «sé paciente». ―Alcé el dedo índice, sonriendo también con dulzura.

Thomas simplemente esbozó una amplia sonrisa tierna, asintiendo ante mis palabras.


Jamás me había resultado tan complicado mirar a alguien a la cara como me costó hacerlo con Jared al día siguiente.
El apuesto ilustrador se había desplazado a mi despacho y había colocando una silla justo enfrente de mi escritorio. Me observaba de forma seria, pero no cabreado, más bien parecía estar inmerso en una intensa lucha interna en la que ambos bandos posiblemente fueran: “La rubia que folla como los dioses” versus “La rubia que daría su vida por mí”, pero ya saben, cuando la entrepierna aporta su opinión...

―¿Estás bien? ―Hablé al fin, ya que veía que él no tenía la menor intención de hacerlo.

Jared alzó la mirada para clavarla en mis ojos fijamente. Tragó saliva y se pasó la mano por la barba, parecía querer decir tantas cosas que no sabía cómo organizarse para hacerlo.

―Me gustaría saber quién es el de ayer. ―Susurró, sonaba devastado, apagado y celoso a más no poder. Y no era nada que me agradase.
―¿Por qué? No sé por qué he de decirte quién es. ―Jugueteaba nerviosa con un bolígrafo que sostenía entre mis dedos. ―Es mi novio, Jared. Es la persona que ha estado ahí ayudándome, apoyándome desde que me dejaste hecha polvo. Entérate ya, no hiciste una mierda para intentar hacerme sentir mejor, y él sí, así que no vengas de víctima. ―Jamás me hubiese imaginado teniendo el valor de soltarle aquello a Jared directamente a la cara. Pero sentó realmente bien, como quitarse un peso de encima.
―¡Lo sé, Alma! ¡Déjalo ya! ¡Bastante mierda me estoy tragando por culpa del maldito tema para que sigas machacándome! ―No pudo evitar exclamar aquello, aunque lo hizo en un susurro, teniendo en cuenta el lugar donde ambos nos encontrábamos.
―No le llames mierda, es tu conciencia advirtiéndote de que me libero. De que me libero de ti, me alejo fuera de tu alcance, de tus palabras esperanzadoras que solo me ilusionaban para después dejar que se las llevara el viento cuando te metías en la cama con Verónica, Jared. Eso es lo que tienes en la cabeza. Tienes que darte cuenta de que dos son multitud, así que asume que se ha acabado este tira y afloja de jugar a tontear conmigo, calentarte e ir a pagarlo con la otra. ―Dejé el bolígrafo sobre la mesa y enlacé mis dedos con suavidad, observándolo de forma intensa, conmovida por mis propias palabras. ―Por fin me siento querida, siento que le importo realmente a alguien que piensa más allá de su paquete.

Observé como Jared bajaba el rostro, arropándolo entre sus manos por un momento, para emitir un suave sollozo, volviendo a alzarla sin demasiada demora, pero con un ceño totalmente diferente al que anteriormente tenía.
Su rostro yacía enrojecido, y mantenía sus ojos claros y vidriosos por las lágrimas entrecerrados, con el ceño totalmente descompuesto. Parecía realmente afectado por el tema.
Jared se levantó de la silla mientras sorbía la nariz, y emitía un par de sollozos cada vez más fuertes.
Se dirigió a la puerta en seguida mientras se esforzaba por secarse las lágrimas con el dorso de la mano inútilmente, pues nuevos sollozos volvían a sacudirlo en seguida.
Mientras salía de mi despacho, mi corazón se hizo trozos. No me sentía arrepentida de lo que había hecho, pero verlo así me resultaba totalmente doloroso. Lo amaba, aún lo amaba, no podía dejarlo así, así que me levanté de mi asiento y me apresuré a ir tras él, pasando por el largo pasillo que conducía hacia los lavabos masculinos, donde me adentré, pues sabía que él estaba allí.
Efectivamente allí se encontraba, con la cabeza gacha y las manos apoyadas sobre unos de los lavabos del final, observando el agua del grifo caer mientras él lloraba como un niño, sin consuelo alguno. Jamás en nuestros siete años de matrimonio lo había visto llorar de aquella manera y eso me impactó.
Me acerqué a él, posando una mano en su hombro para hacerlo girar. Una vez lo hizo, alcé mis manos hacia su rostro para intentar secar sus lágrimas con las yemas mis los dedos pulgares, observándolo con el ceño fruncido. Me resultaba demasiado doloroso observarlo así, tan débil y vulnerable.

―Perdona... perdóname, te lo suplico... ―Sollozó él mientras me observaba entre aquél mar de lágrimas. ―Yo...
―Shh... ―Siseé mientras lo rodeaba por el cuello y nos abrazábamos con fuerza.

Él hundió el rostro en mi cuello, besándome allí un par de veces mientras yo lo acariciaba en la espalda con dulzura, intentando calmarlo.
Jared casi me hacía daño con aquél interminable abrazo, parecía querer permanecer así durante un largo tiempo, y no me negaría con tal de verlo recuperarse. A pesar de todo. Porque yo no lo tuve a él para hacer esto.
Nunca lo tuve así.



―Al fin... ―Susurré mientras cerraba la puerta de mi apartamento de un puntapié y arrojaba las plataformas a “no-me-importa-dónde”, suspirando aliviada y comenzando a desnudarme sin tan siquiera llegar al dormitorio.

Me senté sobre el mullido sofá, acomodando las piernas en el brazo del mismo y fui desabotonando con paciencia uno a uno los botones de mi camisa blanca a rayas con una mano, mientras que revisaba los mensajes recibidos en mi smartphone con la otra.
Hoy había sido un maldito día de mierda, después de la escena en el baño no volví a ver a Jared, ni a él, ni a su flamante Jeep estacionado en su plaza de aparcamiento reservada exclusivamente para los cargos más altos en la revista, cosa que me extrañó más de lo que hubiese querido.
Suspiré con fuerza y abrí chat con mi ex marido, debatiendo internamente si debía preocuparme por su estado o debía dejar que la cosa se enfriase.
Estaba a un toque de pantalla de enviarle el primer “¿Cómo estás?” cuando de repente, recibí una llamada. Mi salvador.

―Sé que acabas de llegar del trabajo, y sé que estarás agotada, así qué, ¿por qué no me ayudas a sentirme un poco menos agobiante y me dices que quieres que vaya a llevarte algo de comer? ―Su voz masculina acarició mi oído de la forma más exquisita imaginada.
―¿Por qué crees que eres agobiante? Me encantaría poder estar contigo todo el día, así que sí. Por favor, me harías muy feliz si vinieras, con comida o sin ella. ―Musité intentando que mi voz sonara animada, que no denotara la amargura que mi mente había absorbido hoy en todo el día.
―Me siento agobiante porque quiero pasarme las veinticuatro horas del día contigo y sé que cansa.
―Pero no pasas las veinticuatro horas del día conmigo. Serías un desentendido si no quisieras pasar la tarde conmigo después de estar medio día sin verte. Y no, tranquilo, no me cansas, al contrario, me dejas con ganas.
―¿Con ganas de qué? ―Preguntó él, sonando inocente, como si la peligrosa pregunta para él resultase inofensiva.
―De todo. ―Zanjé, sin poder evitar ladear una sonrisa suave, imaginándome la cara que podría haber puesto ante aquello.
―Uhm... esto... ya voy para allá, no tardo. ―Comentó nervioso de repente. Parecía un niño escandalizado, y aquello me hizo emitir una carcajada intensa.
―Dios, me encanta cuando ríes... ―Susurró para sí mismo, aunque pude escucharlo perfectamente justo antes de que colgara.

¿Realmente Thomas era tan perfecto?
Esa era magnífica duda que inundaba mi cabeza y que me hacía sonreír con amplitud como una completa imbécil. Sonreír... si lo pensaba, todas las sonrisas que esbozaba eran gracias a una sola persona, la misma que me hacía reír y la misma que cada día me gustaba más. Thomas.


No tardó en llegar, trayendo consigo una pequeña bolsa de plástico.
Lo dejé pasar, cerrando la puerta a su paso y dirigiéndolo hacia el sofá, donde hice que se sentara, con la bolsa en el regazo.

―¿Es para mí? ―Le pregunté, observando la bolsa blanca con letras chinas en rojo imprimidas en ella.
―Sushi y sashimi para la señorita. ―Asintió él, tendiéndome la bolsa con una sonrisa afable en el rostro.

Agarré la bolsa y la dejé sobre la mesita de café que se hallaba frente al sofá, a un paso de nosotros, y fui directamente a sentarme sobre el regazo del psicólogo.

―Deberías ser más agobiante. ―Susurré muy suave, llevando las manos a su nuca para acariciarlo allí con dulzura.

Thomas rió, observándome directamente a los ojos, hipnotizado.

―Puedo serlo más... si me lo pides. ―Sus manos rodearon mi cintura de forma lenta, hasta ir a parar a mi espalda, la cual acarició muy suave con la palma de una mano.
―Necesito que lo seas... te necesito muy cerca... ―Susurré una vez más, pero esta vez de forma mucho más dulce, mientras movía mi cadera para acomodarme en su regazo, más pegada a él, justo encima de la zona de minas.
―Por todos los Dioses... ―Jadeó él, apretándome contra su perfecto cuerpo una vez hubo colocado sus manos en la parte más baja de mi cintura.

Acaricié su cabeza suavemente con las yemas de los dedos, despeinando al apuesto terapeuta de pelo rojizo que se derretía debajo de mí.
Me incliné para depositar un intenso beso breve sobre sus labios, observándolo a los ojos desde cerca por unos segundos para después volver a besarle, esta vez de forma más duradera.
No había nada de perversión en aquél beso, solo dulzura y afecto, y aquello me hacía sentir aún mejor. Aún más ajena a mis problemas, a mi entorno, a mí misma.
Llevé las manos hacia las de él, dirigiéndolas hacia mi camisa a medio abrir y colocándolas justo debajo de mis minúsculos senos. Donde el sostén no cubría.
Él mismo las desplazó hacia arriba, acunándolos con excelsa delicadeza, como si creyese que fueran a romperse.
Rodeé su cabeza con mis manos mientras él comenzaba una lenta hilera de besos desde mi mentón hasta el cierre delantero del sostén de encaje que hoy llevaba, dejándome marcada de vez en cuando con delicados mordiscos que parecían ser la forma en la que manifestaba lo intensa que le resultaba la situación.
Emití un suave gemido al sentir como mordía uno de mis pechos, aún por encima del sostén, para después observarme con una sonrisa preciosa, de las suyas.
Me mordí el labio inferior, sintiendo toda la sangre agolpada en las mejillas.

―¿No deberías comer primero? ―Me preguntó muy suave, depositando un dulce beso sobre el puente de mi nariz y terminando de abrir mi camisa para desplazarla por mis brazos y dejarla caer al suelo.

No podía más que negar con la cabeza, hacía demasiado tiempo que no me tocaban, acariciaban y besaban de aquella manera y aquella dulce escena de mimos había conseguido acabar conmigo. Definitivamente.
Thomas volvió a esbozar otra de sus amplias sonrisas y, en un rápido movimiento me tumbó sobre el sofá boca arriba. Él continuó sentado, esta vez girado hacia mí mientras me acomodaba las piernas a ambos lado de su cintura, sentándose más cerca de mí en seguida.
Suspiré sin tan siquiera evitarlo ante el choque de caderas. Mi piel se erizó al momento, aquello era demasiado para mí. Thomas era pura intensidad. Realmente mi cuerpo luchaba para no emitir la sucesión de suspiros, gemidos y jadeos que se agolpaban en mi garganta cada vez que me rozaba.
Entonces sentí sus manos en mi vientre, una de ellas abriendo el botón del pantalón vaquero que llevaba, y la otra yendo hacia arriba.
Extendí mis manos hacia el delicado Tom para agarrar la chaqueta de su traje entre mis puños, tirando de ella hacia mí al mismo tiempo que él abría el broche de mi sostén y liberaba mis pechos de él.
Cerré los ojos, ladeando el rostro hacia un lado.
Mi gran complejo.
Solté su chaqueta para agarrarme los senos en seguida, sin abrir aún los ojos.

―Eh... ―Susurró él de forma tranquilizadora al observar mi reacción. ―¿Qué pasa, nena? ―Sus manos ahora se encontraban sobre las mías, acariciando mis puños dulcemente.
―No los mires... ―Susurré, abriendo al fin los ojos para observar su rostro.
―¿Por qué? ¿Qué les pasa? ―Sus preguntas no me hacían sentir presionada, al contrario, me alentaban a exponerle lo que me pasaba por la cabeza.
―No quiero decepcionarte. ―Observé cómo su expresión se tornaba un tanto más intensa, extrañado quizás por el comentario.
―¿Por qué tendrías que hacerlo? ―Continuó susurrando dulcemente, sin parar de acariciarme.
―Son muy pequeños, Thomas. ―Sentí ganas de llorar, y los ojos vidriosos no tardaron en aparecer.
―Oh, Alma... ―Parecía conmovido mientras suspiraba aquello. Me agarró de la cintura para elevarme, sentándome una vez más sobre su regazo. ―Eres perfecta. ―Se inclinó para besar mis labios brevemente un par de veces, besos a los cuales yo respondí encantada. ―Me encantas, Alma, eres perfecta. ―Repitió él, haciéndome sentir un suave cosquilleo en el vientre que me hizo estremecer. ―Te quiero, Alma... nada de ti me va a decepcionar. Eres la mujer más preciosa que he conocido nunca.

¿Por qué? ¿Por qué me sentía tan bien y tan mal a la vez entre los brazos de Thomas? ¿Por qué no podía simplemente amarlo a él en vez de a Jared? En vez de el que estuvo viéndose con otra mientras dormía a mi lado, mientras me hacía el amor y decía que era especial.
No pude evitar romper en lágrimas al escucharlo, definitivamente era perfecto.

―Perdón... ―Sollocé mientras dejaba la mejilla sobre su hombro y hundía el rostro en su cuello con olor a after shave.
―¿Estás bien, Alma? ―Sus enormes manos me acariciaron la espalda desnuda, y sentí como depositaba un par de besos suaves sobre mi hombro en un intento de consuelo.
―Me encantas, Thomas... ―Susurré sobre su cuello, poniendo todas mis energías en calmar mi llanto.
―Me gusta más cuando me lo dices riendo, pequeña. ―Su voz dulce me producía un efecto de calmante. Me sorprendía el efecto que su simple voz tenía sobre mí.
―Te quiero. ―Aquello había salido directamente de mi alma por la boca, sin ser procesado previamente por mi mente.


Y no me arrepentí. 



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domingo, 1 de febrero de 2015

CAPÍTULO 6º.

Las siguientes dos semanas se desarrollaron de forma tan insólita y… extrañamente psicodélica…
Me sentía tan fuera de lugar, tan deprimida y tan asfixiada en mi propia vida… dormía tan poco y lloraba tanto…
Había vuelto a recaer. Definitivamente lo había hecho.
Aunque mi vida se desarrollara de la misma forma, con los mismos horarios y rutinas que de costumbre, el ambiente que me rodeaba, aquél que solía ser activo y olía a vitalidad y quizá también a un poco de emoción positiva, se había tornado en uno lento, con olor a silencio forzado y rabia contenida.

Hacía un par de días que había dejado de ir a tomar café con Jared por decisión propia, pues, debido a que Thomas ya no me insistía de aquella forma tan persistente con sus consejos respecto a lo que debía o no hacer con Jared, había decidido intentar «obedecer» a sus anteriores consejos de forma radical, pues sabía que realmente me salvarían de aquella depresión que luchaba por apoderarse de mí.
Por parte de Thomas, continuaba comportándose de aquella forma profesional de siempre, pero aún sin sonreírme, la relación Thomas―Alma se había escabullido, dejando simplemente aquella detestable posición terapeuta―paciente que tanto abominaba.
Empezaba a impacientarme, no sabía qué es lo que lo hacía comportarse  de forma tan distante conmigo y eso me ponía realmente de los nervios.
Así que allí me encontraba, sentada frente al exuberante psicólogo trajeado un día más, ya el último de la semana, pues era jueves.
A cinco minutos de terminar la sesión, mi paciencia había llegado a su fin. Necesitaba explicaciones que Thomas se negaba a darme a toda costa con el insignificante pretexto de que «no estábamos allí para hablar de aquello».

―Thomas…
―Dime. ―Musitó él mientras se acariciaba el mentón con rapidez con las yemas de los dedos.
―¿Podemos cambiar de tema? Me gustaría preguntarte algo. ―Susurré muy bajo, observándolo directamente a los ojos.
―¿Cuál es tu pregunta?
―¿Qué te pasa conmigo? ―Disparé rápidamente, sin pensar tan siquiera en el orden y la forma de formulación, pero lo hice.
―No me pasa absolutamente nada contigo, Alma. ―Sus ojos se mantuvieron firmes, clavados en los míos con tosquedad.
―Sí, sí te pasa, no me engañes, Thomas. ―Soné como una madre al regañar a su hijo por haberla mentido.
―¿A qué viene todo esto, Alma? ―El psicólogo frunció el ceño con suavidad.
―Viene a que te echo de menos. ―Solté sin procesar una vez más, pero esta vez me arrepentí de haberlo dicho.
―¿Cómo es que me echas de menos? Estoy aquí, nos vemos cuatro días a la semana, Alma. ―Se encogió de hombros, parecía no estar entendiéndome, pero sabía perfectamente que sí lo hacía.
―¡Deja de hacer como si no supieras nada del tema! ―Mi desesperación llegó hasta tal punto que no pude evitar gritar a aquel imponente hombre de hombros anchos a la cara. ―Estoy harta de no saber qué ocurre, me siento muy sola… ―Susurré esta vez, cerrando los ojos con fuerza a la vez que dejaba caer el rostro sobre las palmas de mis manos.
―¿Te sientes sola por haber dejado de tomar el café con Jared? ―Su voz volvió a ser tan analítica como de costumbre.
―¡No, Thomas! ―Alcé el rostro una vez más, consumida en mi propia furia interna. ―¡¿Quieres explicarme de una jodida vez qué te ocurre?! ―Volví a gritar, expulsando aquella impotencia que sentía por la boca.
―¡Maldita sea, lo que ocurre es que te quiero, Alma! ―Rugió él sin poder contenerse, apretando después la mandíbula con fuerza, como tantas veces había hecho. Thomas se levantó a la velocidad de la luz del sofá rojizo y se giró, yendo en dirección a su mesa para apoyar la cadera en el filo de la misma, enjugándose la cara con las palmas de las manos a la vez que suspiraba fuertemente, aunque más que como un suspiro, sonó como un gruñido. ―Ya es la hora… ―Susurró después, sin apartarse las enormes manos de la cara.
―Me da igual si es la hora, te pagaré cinco horas más si hace falta. ―Me levanté del sofá de cuero, extrañamente agradada por la confesión del doctor. ¿Qué mierda ocurría conmigo?

Crucé el estudio, golpeando el suelo con mis Stiletto negros hasta llegar frente a Thomas.

―No me parece sensato que te comportes así conmigo cuando dices que me quieres, Thomas… ―Susurré, echándome un mechón de cabello rubio tras la oreja.

Observé como Thomas retiraba las manos de su cara y cruzaba los brazos sobre su pecho.

―Esa no es la razón, Alma… no entiendes nada…
―Ilústrame. ―Me apresuré a decir, encogiéndome de hombros.
―La razón por la que me comporto «así» contigo es para no cometer un asesinato, Alma… Cada vez que me cuentas los intentos desesperados de tu ex marido por… llevarte a la cama, me dan ganas de ir y cogerlo por el cuello. ¿Es que no te das cuenta? Él tiene a Verónica, sólo está jugando contigo. Me jode la vida que le sigas el juego, Alma, realmente me tiene jodido. ―Hablaba entre dientes, apretando los puños y observándome furioso.
―¿Quieres dejar de hacer eso? ―Alcé el brazo para colocar la palma de la mano sobre el mentón tenso del terapeuta. Me recreé en el tacto de la barba incipiente, desplazando el dedo pulgar por su barbilla cuidadosamente. ―Algún día conseguirás hacerte daño.

El rostro de Thomas se relajó notablemente al sentir el tacto de mi mano, permaneciendo inmóvil mientras me observaba a los ojos en silencio, intensamente.

―Alma… ―Susurró al fin, alzando una mano hasta la mía para enlazar nuestros dedos y apretar un tanto más mi mano contra su mentón.
―Por favor, Thomas… no me dejes tú también… ―Susurré sinceramente, frunciendo el ceño de forma muy leve en una mueca de angustia. ―Te necesito.
―No tanto como yo a ti… ―Aprovechó que tenía mi mano agarrada para tirar de ella suavemente, haciéndome chocar contra su torso sin remedio.

Emití un minúsculo jadeo al sentir como las manos de Thomas me elevaban por la cintura hasta dejarme sentada sobre la robusta mesa de la consulta.
Ahora ya a la altura del apuesto doctor, se inclinó hacia mí para depositar sobre el filtro de mi labio superior un dulce beso rápido. De forma instintiva rodeé su cintura con mis piernas mientras cerraba los ojos para recibir aquél beso corto. Los abrí cuando sentí que alejaba su rostro del mío y clavé la mirada en sus ojos verdes, que me inspeccionaban de forma intensa, tan intensa como siempre.

―¿Volverás a sonreírme alguna vez? ―Susurré bajo mientras desplazaba mis manos hacia su nuca, enredando los dedos entre los mechones de su pelo castaño rojizo cuidadosamente.

―Lo haré. ―Asintió suavizante, acercándose más a mi cuerpo cuando ejercí un tanto más de presión sobre su cintura con mis gemelos, justamente buscando aquella reacción. ―Pero me gustaría hacer algo primero. ―Aquella sonrisa leve, casi imperceptible, comenzaba a asomar entre las comisuras de los labios del joven psicólogo de anchos hombros mientras se inclinaba hacia mí una vez más.

Sus labios rozaron los míos de forma sutil, débilmente, en una suave caricia que provocó que me inclinara hacia ellos de forma involuntaria, yendo en busca de ellos en seguida. Mantenía los ojos cerrados mientras lo hacía, dejándome llevar realmente por mi instinto, el cual gritaba a voces que no la cagara, que aprovechase la situación y que no soltara jamás a Thomas.
Y es lo que hice.
Lo atraje hacia mí, ayudándome de las manos que rodeaban su nuca y presioné mis labios contra los suyos, escuchando al momento un suave gruñido por parte de Thomas. Sentí su mano en mi cuello. Ahora comenzaba a acariciar mi mentón con la yema del dedo pulgar, delineando el mismo en una suave caricia lenta mientras nuestros labios se fundían de forma pasional, intensa y ardiente. De mi mente desaparecía cada rastro de Jared mientras nuestros labios se hallaban aún unidos. Nada podía hacerme daño mientras aquella cercanía continuase vigente. Nada.
Thomas se separó de mis labios, llevándose uno de ellos, el inferior, entre sus dientes, el cual liberó segundos después, dando paso a una suave carcajada grave, proveniente del atractivo terapeuta.
Abrí los ojos para verlo sonreír. Joder, cuánto había echado de menos aquella sonrisa... de verdad lo había hecho.

―¿De qué te ríes? ―Susurré, sonriendo suavemente tras humedecerme los labios rauda con la lengua.
―No sabes las veces que he imaginado esto, Alma, de verdad que no lo sabes. ―La sonrisa de Thomas amplió aún más si cabía mientras se atusaba el pelo con su inmensa palma de la mano.

No sabía cómo responder a aquello, me sentía extrañamente agradada con aquella situación, tenía claro que seguía amando a Jared, pero algo pasaba con Thomas, algo en mi interior quería aquello, deseaba a Thomas en mi vida y precisamente de aquella manera.
Cuando dije que lo necesitaba no mentía, en verdad lo necesitaba, lo necesito de hecho.
Ese hombre de anchos hombros y pelo rojizo es el único que puede hacerme olvidar de una maldita vez a mi ex marido, de eso estoy segura.

―Me encantas, Thomas... ―Susurré franca, alzando la vista hacia sus ojos verdes, observándolo atentamente.

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Llegué a casa a eso de las siete y media de la tarde después de que Thomas casi me metiera a rastras en su todoterreno, empeñado en llevarme a casa a pesar de lo próxima que se encontraba.
Lo primero que hice, consumida en mi propia rutina, fue bajarme de aquellos tortuosos tacones negros con un ligero movimiento de tobillo hacia adelante, dejándolos ahí tirados en mitad del salón para dirigirme en seguida al amplio y luminoso dormitorio donde dormía.

Tras darme un interminable y relajante baño y enfundarme en aquella inmensa camiseta blanca de Hard Rock que siempre solía llevar en casa, volví al salón para sentarme en el sofá. Agarré el macbook que se encontraba sobre la mesa de café frente al sofá y lo encendí, accediendo a Internet en seguida para ponerme a trabajar un poco en algunas correcciones que me quedaban por hacer.
El vibrante sonido proveniente de otra aplicación del portátil me avisó de que alguien había abierto chat conmigo.

―Joder... ―Chasqueé la lengua al observar el usuario que acababa de enviarme un mensaje.

·.·.·JARED: Necesito verte, Alma, no huyas, por favor. No entiendo qué es lo que te pasa conmigo últimamente. No eres la misma.

Contesté al mensaje, esperando convencerlo para evitar cualquier quedada. Era lo que menos necesitaba.

.·.·.ALMA: ¿Para qué quieres verme? No tenemos nada de qué hablar, Jared. Todo está dicho.
·.·.·JARED: No, todo no está dicho porque tengo demasiadas jodidas preguntas, Alma.
.·.·.ALMA: En el fondo sabes que tienes la respuesta a cada una de ellas.
·.·.·JARED: Joder, Alma... te lo suplico, habla conmigo. En persona. Dame solo media hora. Quedamos media hora y no te vuelvo a  pedir jamás una quedada.
.·.·.ALMA: Jared, haz el favor de seguir con tu vida y dejar que continúe con la mía. A mi manera.

Ni siquiera esperé respuesta, simplemente cerré la tapa del portátil y lo dejé justo donde lo había encontrado, yendo entonces directamente a la cama, buscando dormir para no darle más importancia a aquello, pues no debía tenerla.


Trabajar al día siguiente me resultó excesivamente estresante. Jared se acercaba a mi despacho en cada hueco que encontraba para contraatacar, clamando piedad y una cita.
Había olvidado lo increíblemente testarudo que podía llegar a ser, y por lo visto, él también había olvidado que yo lo era aún más.
Conseguí salir de allí sin ser secuestrada por Jared. Gracias a Dios.
Creí que jamás iba a librarme de él.
Lo cierto es que me hacía demasiada gracia la paradoja de ser Jared el que me estuviese persiguiendo suplicándome media hora en vez de ser yo, la que acostumbraba a llorar por él cada noche, la que fuese detrás de él. Por otro lado me hacía sentir... extrañamente agradada. Agradada por las molestias que Jared se estaba tomando por tan solo treinta minutos de charla conmigo.
Por algo lo hacía, ¿no?

Como hoy no tenía que ir a terapia, aproveché la tarde para adelantar trabajo. Bueno, adelantar trabajo y pensar incesantemente en cómo debía comportarme a partir de ahora con Thomas. Oh, Thomas...
Fue inevitable no sonreír al tan solo pensar en su nombre. Más tarde me atacaron millones de pensamientos acerca del tacto de sus labios sobre los míos, acerca de la suavidad de su pelo alrededor de mis dedos, acerca de su torso, tan jodidamente próximo a mí...
Cuando quise darme cuenta y volver a la realidad, ya le había enviado el mensaje al psicólogo.

"Hola, Thomas... yo estaba pensando que quizás te gustaría pasar por casa y acompañarme para cenar... si no tienes planes, claro. Espero tu respuesta. ―Alma."

Releí el mensaje incrédula por lo que había hecho. Había utilizado el número que me había dado para utilizar en caso extremo para enviarle una jodida invitación.
Buen trabajo, gilipollas.
Increíblemente, la respuesta de Thomas vino a mí minutos después en forma de llamada.
Toqué la pantalla táctil de mi smartphone con manos temblorosas, realmente asustada por lo que tenía que decirme.
―¿Sí? ―Musité, intentando controlar mi voz lo máximo posible.
―¿Alma? Disculpa la demora, estaba terminando la última consulta. ―Se explicó él con una naturalidad envidiable.
―No... No te preocupes, Thomas. Me mantengo ocupada trabajando. ―Con el trabajo y soñando despierta en tus embestidas, pensé justo después de terminar de hablar, ruborizándome en seguida como consecuencia.
―¿Qué hay de esa invitación? ¿Continúa vigente? ―En su voz podía notar un atisbo de diversión. Seguramente sonreía mientras hablaba.
―Claro que sí. Me muero por verte. ―Definitivamente me había pasado con el entusiasmo.
―Imagínate yo. Llevo echándote de menos desde que te dejé ayer en casa. ―Su voz se tornó un tanto más tenue, privada e intensa. Había dejado de sonreír. Hablaba en serio.
―Eres un cielo... ¿Cuánto crees que tardarás en llegar? Quiero tener la cena para cuando estés aquí.
―Oh, nada de eso, Alma. Hagamos juntos la cena. Llevaré un par de cosas y te mostraré lo que sé hacer en la cocina. ―Volvió a su voz el tono jocoso. ¿Es que aquella referencia iba con doble sentido?
―Te espero entonces, virtuoso. ―Hice énfasis en el adjetivo, riendo suave después. Muy suave.


Thomas no tardó en llegar, venía cargado con una bolsa de papel repleta de todo tipo de ingredientes y alimentos.

―Guau… pero, ¿qué sueles cenar tú, Thomas? ―Alcé las cejas, incrédula mientras sacaba los alimentos de la bolsa para dejarlos sobre la encimera de la cocina.
―Lo normal. ―Thomas emitió una sonora carcajada y sentí su proximidad, y más tarde sus manos rodeando mi cintura firmemente. Posó su mejilla sobre mi hombro derecho y depositó un lento beso sobre la parte posterior a mi oreja.

Me giré para rodear sus hombros interminables entre mis brazos, observando aquél pulido rostro masculino que se aproximaba al mío de forma lenta. Me incliné también hacia Thomas para presionar mis labios contra los suyos en un lento beso, que Thomas correspondía de forma virtuosa, y quizás un tanto anhelante.
El beso se intensificó conforme las manos del terapeuta bajaban por mi cintura. Pude sentir como introducía sus dedos dentro de la camiseta de Hard Rock, subiéndola suavemente hasta mis caderas, las cuales presionó contra las de él con ayuda de aquellos dedos que me exploraban delicadamente.
No tardó en sentarme en la encimera, sin importarle encima de en qué alimento empaquetado me sentaba, simplemente concentrado en aquél beso intenso. Mantenía uno de sus increíbles brazos alrededor de mi cintura, cerciorándose de que no hubiese el mínimo espacio entre nuestros cuerpos.
Thomas gruñó muy suave sobre mis labios cuando dirigí mis manos hacia el primer botón de su camisa gris, abriendo todos y cada uno de aquellos botones que mantenían la camisa cerrada muy lentamente, disfrutando de cada centímetro de torso que mis manos tocaban. Su pecho subía y bajaba de forma no demasiado relajada, y es que la situación no daba lugar a menos.
Rodeé su cintura con mis piernas cuando sentí sus labios en aquél lugar. Mi maldito punto débil. Thomas mordisqueaba mi mentón cuidadosamente, divirtiéndose con la situación y con cada reacción que tenía hacia una nueva caricia.
Arañé su abdomen suavemente, sintiendo la dureza de sus músculos, perfectamente trabajados en aquella zona. Santo Cielo.
Las inmensas manos del psicólogo apretaron mis muslos entre sus dedos, ante lo cual no pude evitar emitir un intenso jadeo.
Me incliné hacia aquella divinidad de la naturaleza para besarlo una vez más en los labios, cuando, de repente y de la forma más inoportuna existente, el timbre sonó, y no solo una vez, sino repetidas veces, tres veces que nos hicieron separarnos mientras mirábamos en dirección a la puerta, como si pudiésemos ver a la inoportuna visita a través de la madera oscura de la robusta puerta de salida.

―Maldita sea… ―Thomas alzó la mirada hacia mí. Yacía con el pelo despeinado y los labios hinchados. Jodidamente perfecto. ―Iré a ver quién es… ―Salió de la cocina americana para dirigirse hacia la puerta de salida y abrirla para encontrarse con quien había tocado de esa insistente forma.
No
La mirada de un consternado Jared fue directa al irresistible terapeuta semidesnudo que aún mantenía la camisa gris abierta, para más tarde, dirigirla hacia mí, que me hallaba a unos pasos de Thomas.

―¿Qué coño pasa aquí? ―Aquello parecía haberlo molestado demasiado. No conocía la forma en la que Jared me miraba. Era una mezcla entre decepción y furia.


Tierra, trágame.


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lunes, 5 de enero de 2015

CAPÍTULO 5º.


Jared se presentó como cada día para invitarme al desayuno. Siempre a la misma hora, se había convertido en rutina.

No podía quitarme de la cabeza el dichoso día de ayer. Increíble. Todo me pasa a mí.
Thomas se había ido tras tomarse de un trago su té y tan siquiera sin mediar palabra, simplemente se fue. Su rostro no denotaba furia, ni cualquier otro sentimiento nefasto, se mantenía imperturbable, con un único detalle, aquél detalle que marcaba la diferencia. Los músculos de sus mejillas temblaban en un suave baile tosco. Thomas los hacía bailar así mientras apretaba fuertemente los dientes, quizá conteniéndose, aguantando para no hacer o decir algo. Guau… ¿qué le pasa a Thomas conmigo? Siento como si se tratase de mi hermano mayor, furioso por lo que Jared hacía conmigo.
Destrozarme.
Sí, destrozarme con aquellas falsas esperanzas, con aquellos besos prohibidos que sabían a gloria.
Su simple presencia dolía. Y aquél beso ya había terminado de matarme por dentro.
Algo en mi corazón, esperanzador, me advertía de que Jared seguía amándome, pero justo después de ese pensamiento, mi estómago daba un doloroso vuelco, advirtiéndome de que no sería bueno escuchar a mi corazón, pues una vez más terminaría hecho trizas y tiraría por la borda todo lo que había conseguido hasta ahora, aunque no avanzase demasiado rápido, lo hacía firmemente, pero, ¿cómo no trastabillar tras lo ocurrido ayer?
Se me hace imposible no pensar que me ama, no pensar que lo de Verónica fue solo un error y que quiere volver conmigo…
Por otro lado… ¿Estaría bien que volviese conmigo?
Está claro que no, no merece tan siquiera mi presencia, pero yo anhelo la suya, y así me encuentro, sentada frente a él. Una vez más el vapor proveniente de nuestros cafés nos separan ligeramente de aquella cercanía visual.
Jared no había levantado la mirada del café solo que le había servido hace unos minutos y yo no apartaba la mirada de él.
Parecía cansado, hoy su felicidad innata se había esfumado, e incluso su labia. Apenas habíamos mediado palabra desde que llegamos a la cafetería.



–¿Estás bien, Jared? –Le pregunté al fin, inclinándome un tanto sobre la mesa circular.
–¿Eh?... eh, sí. –Murmuró él a la vez que ladeaba una sonrisa suave, cansada y desganada en realidad.
–¿En serio?


Jared simplemente asintió, estirando la mano en mi dirección para agarrar la mía.


–Perdóname, Alma. –Susurró de forma inesperada, alzando aquellos hermosos ojos azules hacia los míos. –Lo siento tanto…
–Eh… –Llevé una mano a una de sus mejillas y acaricié su barba con cuidado con la yema del dedo pulgar. –¿Me vas a explicar lo que te pasa? –Susurré cuidadosamente, aún inclinada hacia él, pues lo que decía era confidencial.
–Me siento tan… destructivo, Alma… he nacido para hacerte sufrir.
–Eso no es verdad, Jared.
–Joder, sí que lo es… y no quiero, te juro que no quiero hacerte sentir mal, odio que sufras por lo ocurrido, pero… soy un desastre, no sé hacer nada a derechas contigo.
–¿Por qué me besaste ayer, Jared? –La pregunta salió disparada de entre mis labios.
–Me moría por hacerlo desde hace tiempo. –Susurró él, dejándome boquiabierta.


Espera… ¿qué cojones pasaba?


–¿Có… cómo dices? –Tartamudeé atónita.
–Me encantaría hacerlo otra vez, pero no creo que sea conveniente, y a eso me refiero… no sé qué es lo que me pasa contigo, Alma. –Se atusó el pelo con cuidado, volviendo la mirada a su café intacto.
–Eso me pregunto yo, Jared… –Susurré a la vez que me humedecía los labios suavemente.



Observé como Jared alzaba la mirada para observar por encima de mi hombro y segundos después, una figura femenina se abalanzaba sobre él para abrazarlo.
Verónica, ¿cómo no?



–Eh… –La saludó él respondiendo a su abrazo pero sin sonreír de forma sincera, haciéndolo tal y como lo había hecho conmigo.
–¿Estás enfermo, mi amor? No tienes buena cara. –Susurró ella preocupada, acariciando el pelo de mi ex marido con excelsa ternura.



Antes de que pudiera decir nada más, ya me había levantado de mi asiento y agarrado mi bolso para huir de allí.
Lo que me faltaba, observar la escena empalagosa de amor de madre por parte de Verónica. Sí, claro.




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Llegué a casa a eso de las cuatro de la tarde, reventada por dos motivos; el primero era que aquellos stiletto me estaban matando, y el último era, que no había vuelto a mediar palabra con Jared desde el café. Me había dejado realmente intrigada –y llena de esperanza por otro lado– con aquello que me había dicho, aún no podía creerme lo que me estaba sucediendo.


Debido al retraso que me había surgido en el trabajo, no disponía de tiempo alguno para ponerme a cocinar, así que, simplemente tomé una ensalada ligera, y tras cepillarme los dientes, salí disparada hacia la consulta de Thomas.
Tenía pánico, pánico y vergüenza de mirarlo a la cara. Sentía como si lo hubiera decepcionado, y me dolía. Me dolía decepcionar a una persona que se preocupa realmente por mí, y que aún más allá de lo profesional, me ofrecía su ayuda gratuita. Por amor al arte.
Thomas se había portado demasiado bien desde el primer momento y yo no le estaba correspondiendo como es debido.



Accedí al recibidor que me dirigía hacia el ascensor metálico, y al ascender hacia la planta donde la consulta de Thomas se hallaba, salí del mismo y presioné el interruptor para hacer sonar el timbre.
Justo cuando el timbre sonó, mi corazón dio un vuelco y tuve que suspirar con fuerza, clavando en seguida la mirada en la puntera fina de mis stiletto nude.
La puerta se abrió y el olor que aquél hombre exudaba provocó que el vello de mi nuca se erizase de forma violenta.
Tuve que alzar la mirada para saludarlo.
Tan elegante y violentamente atractivo como siempre. Mierda.
Se quedó en silencio, observando mi rostro de forma intensa, ¿en qué estaría pensando? Podía sentir perfectamente el cosquilleo que producía su mirada sobre mis mejillas y comisuras, quizás también lo sentía en los párpados.
Increíble, sólo él podía hacer eso.


–Buenas tardes, Alma. –Dijo al fin con voz suave y tosca a la vez mientras señalaba al interior del estudio. –Adelante.


Obediente, me adentré en la consulta y me senté donde siempre. Él hizo lo mismo, inclinándose hacia mí, aun manteniendo una distancia prudente.
Lo observé a los ojos fijamente y por primera vez, me inundaron unas terribles ganas de abrazarlo con fuerza y no soltarlo nunca.



–¿Cómo estás hoy? ¿En qué piensas? –Hoy no sonreía, su voz sonaba tan profesional y activa como siempre pero su rostro no denotaba la felicidad y el júbilo que lo caracterizaba.
–En ti. –Ni siquiera pensé en la respuesta, simplemente fui sincera.


Parecía asombrado por lo que le había dicho.


–Bueno… Alma, me gustaría que te centraras en otro aspecto… más tarde hablaremos de eso. –Era fuerte, yo jamás podría haberme quedado con semejante duda.
–¿En qué aspecto quieres que me centre? –Mi voz sonaba suave, cautelosa y clemente. Sobre todo eso último.
–Quiero que te centres en tu ex marido. –Me ordenó él, enfatizando el determinante posesivo de forma algo dolorosa.
–Sí… –Asentí, bajando la mirada y la cabeza pesadamente al recordar. –Thomas… yo… estoy más confundida que nunca.
–¿Por qué? –Su voz había perdido la calidez de siempre, ahora solo sonaba como… un simple terapeuta.
–No sé a qué juega Jared. –Alcé la vista para clavarla en los ojos de Thomas. –Hoy me ha dicho que llevaba tiempo queriendo besarme, y que le encantaría volverlo a hacer, pero… ¿qué cojones hace con Verónica entonces? Es lo que no entiendo.
–Quizás él también tenga dudas.
–¿Qué dudas? Si duda, ¿por qué sigue con ella? Es injusto para ambas.
–¿Piensas hacer algo al respecto? Es decir, ¿has pensado en algo? –Observé cómo se colocaba bien el cuello de su camisa negra.
–¿En algo como qué? –Fruncí el ceño sin entender.
–En algo como contarle lo ocurrido a Verónica. –Musitó él sin más.
–¿Qué? ¡No! –Fruncí aún más el ceño. –Jamás, Thomas… y no porque se lo tenga merecido –que también–, sino porque no quiero dirigirle la palabra. Me niego.
–¿Vas a dejar entonces que siga «jugando a dos bandas»?
–No…
–No pareces muy convencida. –Frunció el ceño él también.
–No sé qué voy a hacer si intenta besarme de nuevo… –Suspiré muy suave, consternada en realidad.


Los músculos de las mejillas de Thomas bailaron como la noche anterior ante aquello que dije.


–¿Crees que volverá a hacerlo? –Me preguntó seriamente.
–No estoy segura, pero si dijo que lo está deseando… Dios mío, Thomas, ayúdame… no quiero tirar a la basura todo lo que he conseguido…
–Lo estás tirando sin darte cuenta, Alma. No deberías haberle permitido que te besara. Y déjame que te diga que estoy bastante… indeciso contigo, no sé si darme por vencido y dejar de aconsejarte o seguir hablándole a la pared. –Me observó fijamente, directamente a los ojos y observé en ellos un atisbo de contrición.
–Eso no es así, Thomas… –Susurré débilmente. –Te juro que llevo a cabo cada consejo que me das pero… aquello fue tan inesperado… No sabes lo que es estar enamorada, Thomas… no sabes lo que es estar enamorada para mí…


–Te equivocas, Alma. Sí que sé lo que es estar enamorado.




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martes, 16 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 4º.

–Hey… –Me saludó Jared una vez hube cerrado la puerta de su Jeep.
–Buenas tardes. –Lo saludé también, esbozando una suave sonrisa y dirigiendo la mirada hacia él.
–¿Cómo te ha ido? –Me preguntó con suavidad, emprendiendo el camino en dirección desconocida.
–Bien… –Asentí al tiempo que me acomodaba el bolso en el regazo. –¿Adónde vamos, Jared?
–Pues me encantaría ir a un lugar tranquilo, la verdad. Donde podamos concentrarnos en el trabajo, ya sabes.
–¿Quieres que vayamos a mi apartamento? –Le pregunté sin dudarlo, volviendo la vista hacia él para observar su reacción.
–Hmm… –Murmuró, tanteando la opción. –Está bien, sí, qué mejor.

Jared aumentó la velocidad a la que avanzábamos y yo me acomodé en el asiento, agotada, a pesar de la temprana hora que era aún.

No tardamos demasiado en llegar al barrio residencial donde se encontraba mi ático, pues la consulta de Thomas quedaba tan cómodamente cerca, que incluso me desplazaba andando hacia ella cada día.
Bajamos del Jeep en seguida y nos adentramos en el edificio donde vivía.

–Me gusta cómo la has redecorado. –Comentó Jared una vez cruzó el umbral de la puerta de lo que antes era ‘nuestro hogar’ y esbozó una sonrisa suave.
–Pero si eras tú el que me impedía poner flores por la casa «porque tenías alergia al polen» –Comenté con una ceja en alto, pues la nueva decoración se basaba en tan solo un par de jarrones con diversidad de rosas coloridas por acá y por allá.
–Y sigo siéndolo, pero eso no quita que queden bien. –Jared sonrió conforme y se sentó en el mullido sofá blanco, dejando su maletín de piel sobre la mesita de café que se hallaba frente a él.

Fui a sentarme a su lado, observándolo pacientemente, esperando escuchar la cuestión por la que nos habíamos reunido.

–Bien… déjame que te enseñe lo que tengo hecho. –Jared se inclinó sobre su maletín para abrirlo y sacar de él el delgadísimo macbook que llevaba usando para trabajar en casa desde que fuimos contratados en la empresa en la que trabajábamos.

Lo encendió con paciencia, tratando al portátil de aquella forma delicada con la que trataba todo, era difícil observar a Jared tirando cosas por acá y por allá, incluso admitía que era mucho más organizado que yo.

–¿Te apetece un café? ¿Una cerveza quizás?
–Cristo, una cerveza estaría muy bien. Gracias, Alma. –Giró el rostro hacia mí para dedicarme una sonrisa cargada de gratitud mientras me levantaba del sofá e iba en busca de la cerveza que Jared había aceptado, a la amplia cocina americana.
–Mira, esto es lo que tengo. Me gustaría que me dijeses qué es lo que cambiarías… o cualquier fallo que veas me encantaría que me lo corrigieses. –Musitó él cuando regresé a su lado con la cerveza, la cual coloqué sobre un posavasos de crochet rosado.

Jared me mostraba la portada de la revista correspondiente a la semana próxima. No andaba desencaminado, un fondo discreto y la imagen del nuevo “sex symbol” del país agarrándose la corbata de una manera tan intensa, que era imposible no ruborizarse ante la recreación de que hiciera aquello delante de mis ojos para iniciar el acto de empezar a deshacerse de su ropa. Letras en mayúsculas y negrita para los bombazos y algunas aclaraciones en cursiva.

–¿Qué pretendes que te corrija, Jared? Vas bien. –Fruncí el ceño muy suave, aún sin apartar la vista del musculoso hombre rubio de la portada, que curiosamente, hacía que recordase los anchos hombros de Thomas, y que más tarde, hacía que me acordase del sermón que me había echado al despedirnos.

Sabía que aquello no estaba bien, de hecho, estaba fatal. Estábamos en mi apartamento, yo no paraba de barajar la opción de que Jared pudiera acabar en mi cama al final de la tarde a pesar de todo. A pesar de su traición seguía queriéndolo igual que el primer día, incluso más.
Jared no es malo, simplemente es… manipulable. Quizás aquella forma de ser suya lo excusase, o quizá sea yo la que intenta excusarlo a fin y al cabo.

–¿Tú crees? –Me preguntó justo antes de llevarse el botellín de cerveza a los labios para proporcionarle un trago.
–Sí, por supuesto, sólo deja espacio para tres o cuatro más exclusivas que están al caer y listo. –Esbocé una sonrisa suave, casi imperceptible y volví la vista hacia la creación de Jared.
–¿Te gusta ese niñato? –Me preguntó al reparar en el empeño con el que observaba la imagen.
–No está mal… –Susurré muy leve, alzando la vista hacia él.
–Vaya…
–Qué expresivo… –Volví a susurrar a la vez que dirigía la vista una vez más hacia el modelo, esta vez tan solo para molestarlo.
–Vaya gusto el tuyo. –Murmuró, terminando la frase y cerrando la tapa del ordenador acto seguido para quitar de mi vista al joven de la portada.
–¿A qué te refieres?
–A que no sé cómo puede gustarte.
–¿Quién crees que debería gustarme? –Alcé las cejas con suavidad.
–Está claro que él no. –Volvió a beber de su cerveza, girando su cuerpo suavemente hacia mí para verme mejor.
–¿Crees que eres el único que puede gustarme?
–Yo no he dicho eso… –Bajó el tono de voz un tanto, carraspeando acto seguido la garganta.

¿En qué piensas, Jared Leto?

–Es lo que me parecía que decías. –Ladeé el rostro suavemente.
–Alma.
–Dime, Jared.
–¿Sigo gustándote? –Sus ojos claros se clavaron en los míos, haciéndome sentir intimidada y un tanto dolida a la vez que avergonzada.
–¿Qué pregunta es esa? –No pude aguantar la presión de su mirada y clavé la mía en mi regazo.
–La primera que se me ha ocurrido… –Susurró mientras ladeaba una sonrisa tímida y se inclinaba un tanto hacia mí.

Alcé la vista una vez más hacia él al advertir su proximidad y observé la forma en la que se inclinaba hacia mí, lenta y suave.

–Jared… –Fue lo único que alcancé a decir antes de agarrase mi mentón con los dedos pulgar e índice y presionara sus labios contra los míos.

Fue un beso corto que me hizo jadear violentamente, mis ojos no dejaban atrás los suyos hasta que Jared ladeó el rostro y me besó de forma aún más intensa, tan intensa, que me hizo cerrar los ojos de puro placer, dejándome hacer ante aquella suave ambrosía que hacía casi un año que no probaba.
Deslizó las yemas de sus dedos hasta la parte posterior a mi oreja, hundiendo acto seguido los dedos entre los cortos mechones de mi media melena rubia.
Cristo, aquello ocurrió de forma tan… inesperada… Tan inesperada que apenas me dio tiempo a procesarlo.

Jared volvió a separarse de mis labios, observándome con una mueca imperturbable. De forma fija, con la respiración un tanto agitada, manteniéndose totalmente inmóvil.

–Jared… ¿qu… qué haces? –Tartamudeé en un nuevo jadeo, sintiendo como mis ojos se humedecían de forma excesiva, vidriosos ante la emoción infundada que me apretaba el pecho.
–Joder… –Jared se llevó una mano a la cara, pellizcándose el puente de la nariz mientras cerraba los ojos, tomándose un descanso. –Cristo, Alma… lo siento… –Pronto recogió el macbook, volviéndolo a meter en su maletín para llevárselo consigo.

Me quedé allí sentada, observando como Jared se marchaba apresurado y cerraba la puerta de la misma forma. Realmente me encontraba en estado de shock. No sabía si sonreír o llorar.

¿Qué carajo había ocurrido?


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Justo había terminado de ponerme aquella ancha camiseta blanca de Hard Rock Cafe que usaba a modo de pijama cuando escuché el timbre sonar. Posiblemente se tratase de Alicia, solía venir a cenar de vez en cuando y hacía un par de días que no la veía.

Me dirigí hacia la puerta de la entrada descalza aún, y abrí la puerta con una sonrisa suave, esperando a escuchar alguna exclamación proveniente de la suave voz alegre de mi mejor amiga.


Pero no fue así. 


–Siento mucho presentarme a estas horas, Alma…

El atractivo doctor de ojos verdes se encontraba a unos pasos del umbral de la puerta de mi ático. Lucía mucho más informal que de costumbre. Se había deshecho tanto de su chaqueta de traje negra como de su corbata y había optado por abrirse los primeros dos botones de su camisa blanca. Su cabello castaño había perdido la forma de ola con la que solía moldearse el flequillo y ahora lucía un tanto despeinado, lo que le proporcionaba un ligero aire felino, incluso aparentaba ser mucho más posesivo y activo, quizás un aire más juvenil también le daba. Conservaba las manos en el interior de sus bolsillos de traje y mantenía aquellos anchos hombros suyos un tanto encorvados hacia adelante en una postura a la que estaba más que acostumbrada a presenciar, pero que jamás había dejado de hacer que me estremeciese.

–Thomas… –Fue lo único que alcancé a decir, pues realmente me sorprendía su presencia.
–Mil disculpas de nuevo, Alma… vengo a disculparme. –Se acercó un paso a mí y tuve que alzar el mentón para poder observarlo a los ojos.
–¿A disculparse? –Fruncí el ceño muy suave. –No tiene por qué preocuparse por nada, Thomas, si la tozuda soy yo…
–Existen diversas formas de decir las cosas y la de esta tarde no ha sido la más apropiada… Confieso que perdí la paciencia, pero no paro de pensar en que no debía haberte hablado así y no podía quedarme con esto dentro. –Alzó una mano para colocarla sobre su mentón y acariciarlo muy suave con las yemas de los dedos. –Y sé que mañana tenemos que vernos, pero no puedo pasarme los tres cuartos de hora que nos vemos disculpándome, son dos asuntos totalmente ajenos el uno del otro.
–Thomas… –Esbocé una sonrisa leve, casi imperceptible y me eché a un lado, dispuesta a dejarlo pasar. –¿Le gustaría entrar? Hace frío…

Thomas llevó la mano desde su mentón a su frente, y después se atusó el pelo suavemente con las yemas de los dedos, asintiendo ante mi proposición acto seguido.

–Gracias, Alma. –Se giró justo al entrar, quedando a pocos centímetros detrás de mí, por lo cual, al cerrar la puerta, me giré para ir en dirección al salón, chocando violentamente contra el torso del psicólogo. –Eh… –Susurró Thomas sin moverse tan siquiera un milímetro a pesar del fuerte impacto, agarrándome acto seguido por los codos para impedir que pudiese caer al suelo de parqué.
–Cristo… Disculpe, Thomas. –Se me hizo totalmente imposible no ruborizarme, por los cual mantuve la cabeza baja para evitar que me viese.
–¿Podrías tutearme, por favor, Alma? –Una suave carcajada masculina inundó el recibidor del ático.
–Sí, claro… perdón. –Me mordí el labio con cuidado, dejando la vista posada en las uñas de los dedos de mis pies, adornadas con una delicada manicura francesa.

Sentí como Thomas agarraba mi mentón justo como Jared lo había hecho un par de horas antes y me inundó un real pánico mientras alzaba mi rostro, pero no me aparté de él, realmente no me apetecía. Clavé la vista en los ojos verdes del psicólogo, expectante a su próximo movimiento.
Pero él no se movió.
Simplemente se quedó allí parado, acariciando mi rostro con su mirada, podía incluso sentirla dibujando de forma abstracta sobre mis mejillas y comisuras de tan intensa que era.

–Me gusta que me mires a los ojos mientras hablamos. –Musitó él con dulzura, esbozando a la vez una sonrisa discreta.
–Hm… ¿te apetece un café? –Me arrepentí de aquello justo después de decirlo. Definitivamente me había pasado de seductiva. Muy apropiado todo.

Muy bien, Alma. Ouh, yeah.

–No me gusta el café. –Las comisuras de los labios de Thomas se alzaron divertidas, altamente joviales. Parecía realmente divertido con mi proposición. –Pero gracias. –Apartó la mano que sostenía mi mentón y se apartó también un paso de mí en dirección a la puerta. –Será mejor que me vaya.
–No.
–¿Cómo que no?
–Tengo cerveza… y té.

Thomas volvió a reír de aquella forma armoniosa.
Lo cierto es que no tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Acababa de besar a Jared, me había encantado. Lo amaba. Lo amo, y ahora… ¿qué hago reteniendo a Thomas? 
Jesús… qué sola estoy.

–De acuerdo… aceptaré esa taza de té. –Accedió él, manteniendo esa sonrisa suave y profesional que lo caracterizaba.
–Siéntate, por favor. –Señalé al sofá que se hallaba a unos pasos de nosotros.
–¿Puedo acompañarte? –Alzó una ceja con suavidad, esperando paciente.
–Claro que sí.

Me giré para dirigirme hacia la luminosa cocina americana. Sentía los pasos de Thomas justo detrás de mí, lo que me ponía realmente nerviosa.

Hard Rock, ¿eh? –Musitó él de forma sugerente mientras se sentaba en unos de los taburetes de la cocina, frente a la barra. No paraba de escrutarme con la mirada, curioso, parecía realmente agradado con la situación. –Se me hace raro no verte con esos tacones tuyos. Pareces más… baja. –Se burló él, riendo bajo acto seguido.
–¿Quieres que vaya con los tacones también por casa? Dame un respiro. –Me giré para echarle una mirada divertida, aunque no sonreía de forma amplia. Hacía tiempo que no hacía eso.
–No he dicho que me desagrade el atuendo, Alma. Eso que llevas parece mucho más cómodo que esto. –Se tiró del cuello de la camisa blanca que llevaba.
–Apuesto a que lo es. –Coloqué la taza de té frente a él y me senté también en uno de los taburetes, frente a él también.
–Bueno… ¿qué tal te ha ido con Jared esta tarde? –Alzó la vista hacia mis ojos, y advertí en los suyos un tanto de desconfianza, quizá hostilidad.
–No sé… –El famoso nudo de mi garganta volvió a relucir. Aquél tema me ponía realmente nerviosa.
–¿Eso qué significa? –Thomas frunció el ceño con rudeza.
–¿Hacemos un trato?
–Cuéntame.
–Yo te lo cuento y tú no te enfadas… por favor.
–¿Qué ha pasado, Alma? –Thomas parecía estar impacientándose.
–Jared me ha besado. –Me mordí el labio, esperando realmente el sermón venidero.

Pero curiosamente no dijo nada, simplemente se quedó inmóvil, mirándome a los ojos con semblante inescrutable. 
¿Debería temer?

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THOMAS.