―¿Qué más da? ¿Quién demonios eres? ―Jared se acercó peligrosamente a Thomas mientras lo fulminaba con la mirada.
El terapeuta no se movió del sitio, pero podía ver a la perfección la forma en la que apretaba la mandíbula y los puños. El ambiente olía demasiado a tensión.
―¿Quién te crees que eres para presentarte así en casa de Alma y exigirle explicaciones? Hasta donde yo sé estáis divorciados. Lo que ella haga a ti no te importa lo más mínimo. ―La voz del psicólogo sonó temiblemente ronca, casi gutural. Evidentemente estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no liarse a hostias allí mismo con mi ex marido.
Cuando observé la forma impaciente en la que suspiraba Jared, me aproximé a él, esquivando el brazo de Thomas para posar las manos en los pectorales de mi ex marido, el cual retrocedió ante aquél contacto, aún sin apartar la mirada del psicólogo.
―¿Quieres tranquilizarte? ―Fruncí el ceño, agarrando la camiseta negra que llevaba entre mis puños para mantenerlo alejado de la otra bestia que se hallaba a mis espaldas.
―¿Tranquilizarme? Llevas semanas sin dirigirme la palabra y ahora me encuentro con esto... ¿Qué cojones está pasando, Alma?
―Sabes perfectamente lo que pasa y no te atrevas a reprocharme nada. No fui yo la que me acosté con otro mientras aún estaba casada.
―Creí que estabas enamorada... de mí. ―Sus ojos claros se clavaron en los míos con dureza, y quizá algo de anhelo.
―Eres un jodido egoísta si piensas que va a estar enamorada de ti toda la vida. ―Intervino Thomas, quién tomó mi mano para atraerme hacia él, lejos de Jared.
―¿Alguien estaba hablando contigo, gilipollas? ―Rugió Jared y tragó saliva cuando el psicólogo me rodeó la cintura con los brazos fuertemente, dejando su mentón sobre uno de mis hombros.
―Deberías marcharte, Jared. Hablaremos cuando te tranquilices. ―No podía apartar la mirada del joven rubio que me observaba de forma fija, esperando algún tipo de explicación a aquello. Sus ojos me suplicaban que le dijera que todo aquello era tan solo una broma pesada. Que no lo había reemplazado, pero, ¿acaso él no me había reemplazado antes a mí?
Jared se marchó no demasiado contento y entonces me giré, aún en los brazos de Thomas para hundir el rostro en su torso, sin saber en realidad qué hacer o cómo sentirme.
Él me tomó en brazos, y yo, por mi parte, rodeé su cintura con mis piernas para sujetarme bien a él mientras entraba dentro de casa y cerraba la puerta.
La cena consistía en un sofrito de acelgas con atún y maíz, unas tostadas con queso para untar y un par de vasos de batido de plátano recién hecho.
Nos habíamos sentado uno junto al otro sobre aquellos altos taburetes que nos alzaban hacia la barra de la cocina, que se hallaba repleta de nuestra cena.
―Gracias... ―Susurré con suavidad tras dejar el vaso a un lado y girar la cabeza hacia mi nuevo novio.
―¿Y eso? ―Thomas frunció el ceño, agarrando su correspondiente vaso a la vez.
―Por no perder los nervios antes. Si hubiese sido por él, aún estaríais enganchados en el suelo. ―Lo observé con fijeza y alcé la mano para echar un mechón de pelo rojizo hacia atrás, junto a la ola de su flequillo.
―Y si hubiese sido por mí también, pero sé que para ti hubiese sido espantoso y yo, al contrario que él, sé pensar más allá de mis narices. ―Thomas se dejó hacer, alelado mientras me observaba a los ojos.
―No quiero que te arrugues el traje. ―Susurré mientras dirigía la palma de mi mano por la longitud de su columna vertebral. ―No así. ―La entonación divertida en aquella simple expresión le quitó todo el peso a la conversación.
Thomas alzó las cejas mientras bebía de su vaso, dejándolo después a un lado.
―¿Y cómo entonces? ―Una suave sonrisa leve iluminó el rostro del psicólogo, el que se giró de forma completa para quedar orientado en mi dirección.
―Se me ocurren un par de cosas. ―Le guiñé un ojo, sin moverme aún.
―Ilústrame.
Emití una suave carcajada. Ni yo misma recordaba el sonido de mi misma voz riendo.
―Ven aquí. ―Le hice un gesto de dedos para que se aproximara a mi rostro. Y él obedeció, inclinándose hacia mí. Deposité un dulce beso breve sobre sus labios y otro sobre su nariz, acariciando su mejilla dulcemente entre tanto. ―Terminemos de cenar. ―Susurré sobre su rostro, sin dejar de acariciarlo aún.
―Hmmm... ―Refunfuñó él mientras se erguía, observándome con una suave sonrisa acusadora.
―Como tú me dirías; «sé paciente». ―Alcé el dedo índice, sonriendo también con dulzura.
Thomas simplemente esbozó una amplia sonrisa tierna, asintiendo ante mis palabras.
Jamás
me había resultado tan complicado mirar a alguien a la cara como me
costó hacerlo con Jared al día siguiente.
El
apuesto ilustrador se había desplazado a mi despacho y había
colocando una silla justo enfrente de mi escritorio. Me observaba de
forma seria, pero no cabreado, más bien parecía estar inmerso en
una intensa lucha interna en la que ambos bandos posiblemente fueran:
“La rubia que folla como los dioses” versus “La rubia que daría
su vida por mí”, pero ya saben, cuando la entrepierna aporta su
opinión...
―¿Estás
bien? ―Hablé al fin, ya que veía que él no tenía la menor
intención de hacerlo.
Jared
alzó la mirada para clavarla en mis ojos fijamente. Tragó saliva y
se pasó la mano por la barba, parecía querer decir tantas cosas que
no sabía cómo organizarse para hacerlo.
―Me
gustaría saber quién es el de ayer. ―Susurró, sonaba devastado,
apagado y celoso a más no poder. Y no era nada que me agradase.
―¿Por
qué? No sé por qué he de decirte quién es. ―Jugueteaba nerviosa
con un bolígrafo que sostenía entre mis dedos. ―Es mi novio,
Jared. Es la persona que ha estado ahí ayudándome, apoyándome
desde que me dejaste hecha polvo. Entérate ya, no hiciste una
mierda para intentar hacerme sentir mejor, y él sí, así que no
vengas de víctima. ―Jamás me hubiese imaginado teniendo el valor
de soltarle aquello a Jared directamente a la cara. Pero sentó
realmente bien, como quitarse un peso de encima.
―¡Lo
sé, Alma! ¡Déjalo ya! ¡Bastante mierda me estoy tragando por
culpa del maldito tema para que sigas machacándome! ―No pudo
evitar exclamar aquello, aunque lo hizo en un susurro, teniendo en
cuenta el lugar donde ambos nos encontrábamos.
―No
le llames mierda, es tu conciencia advirtiéndote de que me libero.
De que me libero de ti, me alejo fuera de tu alcance, de tus palabras
esperanzadoras que solo me ilusionaban para después dejar que se las
llevara el viento cuando te metías en la cama con Verónica, Jared.
Eso es lo que tienes en la cabeza. Tienes que darte cuenta de que dos
son multitud, así que asume que se ha acabado este tira y afloja de
jugar a tontear conmigo, calentarte e ir a pagarlo con la otra. ―Dejé
el bolígrafo sobre la mesa y enlacé mis dedos con suavidad,
observándolo de forma intensa, conmovida por mis propias palabras.
―Por fin me siento querida, siento que le importo realmente a
alguien que piensa más allá de su paquete.
Observé
como Jared bajaba el rostro, arropándolo entre sus manos por un
momento, para emitir un suave sollozo, volviendo a alzarla sin
demasiada demora, pero con un ceño totalmente diferente al que
anteriormente tenía.
Su
rostro yacía enrojecido, y mantenía sus ojos claros y vidriosos por
las lágrimas entrecerrados, con el ceño totalmente descompuesto.
Parecía realmente afectado por el tema.
Jared
se levantó de la silla mientras sorbía la nariz, y emitía un par
de sollozos cada vez más fuertes.
Se
dirigió a la puerta en seguida mientras se esforzaba por secarse las
lágrimas con el dorso de la mano inútilmente, pues nuevos sollozos
volvían a sacudirlo en seguida.
Mientras
salía de mi despacho, mi corazón se hizo trozos. No me sentía
arrepentida de lo que había hecho, pero verlo así me resultaba
totalmente doloroso. Lo amaba, aún lo amaba, no podía dejarlo así,
así que me levanté de mi asiento y me apresuré a ir tras él,
pasando por el largo pasillo que conducía hacia los lavabos
masculinos, donde me adentré, pues sabía que él estaba allí.
Efectivamente
allí se encontraba, con la cabeza gacha y las manos apoyadas sobre
unos de los lavabos del final, observando el agua del grifo caer
mientras él lloraba como un niño, sin consuelo alguno. Jamás en
nuestros siete años de matrimonio lo había visto llorar de aquella
manera y eso me impactó.
Me
acerqué a él, posando una mano en su hombro para hacerlo girar. Una
vez lo hizo, alcé mis manos hacia su rostro para intentar secar sus
lágrimas con las yemas mis los dedos pulgares, observándolo con el
ceño fruncido. Me resultaba demasiado doloroso observarlo así, tan
débil y vulnerable.
―Perdona...
perdóname, te lo suplico... ―Sollozó él mientras me observaba
entre aquél mar de lágrimas. ―Yo...
―Shh...
―Siseé mientras lo rodeaba por el cuello y nos abrazábamos con
fuerza.
Él
hundió el rostro en mi cuello, besándome allí un par de veces
mientras yo lo acariciaba en la espalda con dulzura, intentando
calmarlo.
Jared
casi me hacía daño con aquél interminable abrazo, parecía querer
permanecer así durante un largo tiempo, y no me negaría con tal de
verlo recuperarse. A pesar de todo. Porque yo no lo tuve a él para
hacer esto.
Nunca
lo tuve así.
―Al
fin... ―Susurré mientras cerraba la puerta de mi apartamento de un
puntapié y arrojaba las plataformas a “no-me-importa-dónde”,
suspirando aliviada y comenzando a desnudarme sin tan siquiera llegar
al dormitorio.
Me
senté sobre el mullido sofá, acomodando las piernas en el brazo del
mismo y fui desabotonando con paciencia uno a uno los botones de mi
camisa blanca a rayas con una mano, mientras que revisaba los
mensajes recibidos en mi smartphone con la otra.
Hoy
había sido un maldito día de mierda, después de la escena en el
baño no volví a ver a Jared, ni a él, ni a su flamante Jeep
estacionado en su plaza de aparcamiento reservada exclusivamente para
los cargos más altos en la revista, cosa que me extrañó más de lo
que hubiese querido.
Suspiré
con fuerza y abrí chat con mi ex marido, debatiendo internamente si
debía preocuparme por su estado o debía dejar que la cosa se
enfriase.
Estaba
a un toque de pantalla de enviarle el primer “¿Cómo estás?”
cuando de repente, recibí una llamada. Mi salvador.
―Sé
que acabas de llegar del trabajo, y sé que estarás agotada, así
qué, ¿por qué no me ayudas a sentirme un poco menos agobiante y me
dices que quieres que vaya a llevarte algo de comer? ―Su voz
masculina acarició mi oído de la forma más exquisita imaginada.
―¿Por
qué crees que eres agobiante? Me encantaría poder estar contigo
todo el día, así que sí. Por favor, me harías muy feliz si
vinieras, con comida o sin ella. ―Musité intentando que mi voz
sonara animada, que no denotara la amargura que mi mente había
absorbido hoy en todo el día.
―Me
siento agobiante porque quiero pasarme las veinticuatro horas del día
contigo y sé que cansa.
―Pero
no pasas las veinticuatro horas del día conmigo. Serías un
desentendido si no quisieras pasar la tarde conmigo después de estar
medio día sin verte. Y no, tranquilo, no me cansas, al contrario, me
dejas con ganas.
―¿Con
ganas de qué? ―Preguntó él, sonando inocente, como si la
peligrosa pregunta para él resultase inofensiva.
―De
todo. ―Zanjé, sin poder evitar ladear una sonrisa suave,
imaginándome la cara que podría haber puesto ante aquello.
―Uhm...
esto... ya voy para allá, no tardo. ―Comentó nervioso de repente.
Parecía un niño escandalizado, y aquello me hizo emitir una
carcajada intensa.
―Dios,
me encanta cuando ríes... ―Susurró para sí mismo, aunque pude
escucharlo perfectamente justo antes de que colgara.
¿Realmente
Thomas era tan perfecto?
Esa
era magnífica duda que inundaba mi cabeza y que me hacía sonreír
con amplitud como una completa imbécil. Sonreír... si lo pensaba,
todas las sonrisas que esbozaba eran gracias a una sola persona, la
misma que me hacía reír y la misma que cada día me gustaba más.
Thomas.
No
tardó en llegar, trayendo consigo una pequeña bolsa de plástico.
Lo
dejé pasar, cerrando la puerta a su paso y dirigiéndolo hacia el
sofá, donde hice que se sentara, con la bolsa en el regazo.
―¿Es
para mí? ―Le pregunté, observando la bolsa blanca con letras
chinas en rojo imprimidas en ella.
―Sushi
y sashimi para la señorita. ―Asintió él, tendiéndome la bolsa
con una sonrisa afable en el rostro.
Agarré
la bolsa y la dejé sobre la mesita de café que se hallaba frente al
sofá, a un paso de nosotros, y fui directamente a sentarme sobre el
regazo del psicólogo.
―Deberías
ser más agobiante. ―Susurré muy suave, llevando las manos a su
nuca para acariciarlo allí con dulzura.
Thomas
rió, observándome directamente a los ojos, hipnotizado.
―Puedo
serlo más... si me lo pides. ―Sus manos rodearon mi cintura de
forma lenta, hasta ir a parar a mi espalda, la cual acarició muy
suave con la palma de una mano.
―Necesito
que lo seas... te necesito muy cerca... ―Susurré una vez más,
pero esta vez de forma mucho más dulce, mientras movía mi cadera
para acomodarme en su regazo, más pegada a él, justo encima de la
zona de minas.
―Por
todos los Dioses... ―Jadeó él, apretándome contra su perfecto
cuerpo una vez hubo colocado sus manos en la parte más baja de mi
cintura.
Acaricié
su cabeza suavemente con las yemas de los dedos, despeinando al
apuesto terapeuta de pelo rojizo que se derretía debajo de mí.
Me
incliné para depositar un intenso beso breve sobre sus labios,
observándolo a los ojos desde cerca por unos segundos para después
volver a besarle, esta vez de forma más duradera.
No
había nada de perversión en aquél beso, solo dulzura y afecto, y
aquello me hacía sentir aún mejor. Aún más ajena a mis problemas,
a mi entorno, a mí misma.
Llevé
las manos hacia las de él, dirigiéndolas hacia mi camisa a medio
abrir y colocándolas justo debajo de mis minúsculos senos. Donde el
sostén no cubría.
Él
mismo las desplazó hacia arriba, acunándolos con excelsa
delicadeza, como si creyese que fueran a romperse.
Rodeé
su cabeza con mis manos mientras él comenzaba una lenta hilera de
besos desde mi mentón hasta el cierre delantero del sostén de
encaje que hoy llevaba, dejándome marcada de vez en cuando con
delicados mordiscos que parecían ser la forma en la que manifestaba
lo intensa que le resultaba la situación.
Emití
un suave gemido al sentir como mordía uno de mis pechos, aún por
encima del sostén, para después observarme con una sonrisa
preciosa, de las suyas.
Me
mordí el labio inferior, sintiendo toda la sangre agolpada en las
mejillas.
―¿No
deberías comer primero? ―Me preguntó muy suave, depositando un
dulce beso sobre el puente de mi nariz y terminando de abrir mi
camisa para desplazarla por mis brazos y dejarla caer al suelo.
No
podía más que negar con la cabeza, hacía demasiado tiempo que no
me tocaban, acariciaban y besaban de aquella manera y aquella dulce
escena de mimos había conseguido acabar conmigo. Definitivamente.
Thomas
volvió a esbozar otra de sus amplias sonrisas y, en un rápido
movimiento me tumbó sobre el sofá boca arriba. Él continuó
sentado, esta vez girado hacia mí mientras me acomodaba las piernas
a ambos lado de su cintura, sentándose más cerca de mí en seguida.
Suspiré
sin tan siquiera evitarlo ante el choque de caderas. Mi piel se erizó
al momento, aquello era demasiado para mí. Thomas era pura
intensidad. Realmente mi cuerpo luchaba para no emitir la sucesión
de suspiros, gemidos y jadeos que se agolpaban en mi garganta cada
vez que me rozaba.
Entonces
sentí sus manos en mi vientre, una de ellas abriendo el botón del
pantalón vaquero que llevaba, y la otra yendo hacia arriba.
Extendí
mis manos hacia el delicado Tom para agarrar la chaqueta de su traje
entre mis puños, tirando de ella hacia mí al mismo tiempo que él
abría el broche de mi sostén y liberaba mis pechos de él.
Cerré
los ojos, ladeando el rostro hacia un lado.
Mi
gran complejo.
Solté
su chaqueta para agarrarme los senos en seguida, sin abrir aún los
ojos.
―Eh...
―Susurró él de forma tranquilizadora al observar mi reacción.
―¿Qué pasa, nena? ―Sus manos ahora se encontraban sobre las
mías, acariciando mis puños dulcemente.
―No
los mires... ―Susurré, abriendo al fin los ojos para observar su
rostro.
―¿Por
qué? ¿Qué les pasa? ―Sus preguntas no me hacían sentir
presionada, al contrario, me alentaban a exponerle lo que me pasaba
por la cabeza.
―No
quiero decepcionarte. ―Observé cómo su expresión se tornaba un
tanto más intensa, extrañado quizás por el comentario.
―¿Por
qué tendrías que hacerlo? ―Continuó susurrando dulcemente, sin
parar de acariciarme.
―Son
muy pequeños, Thomas. ―Sentí ganas de llorar, y los ojos
vidriosos no tardaron en aparecer.
―Oh,
Alma... ―Parecía conmovido mientras suspiraba aquello. Me agarró
de la cintura para elevarme, sentándome una vez más sobre su
regazo. ―Eres perfecta. ―Se inclinó para besar mis labios
brevemente un par de veces, besos a los cuales yo respondí
encantada. ―Me encantas, Alma, eres perfecta. ―Repitió él,
haciéndome sentir un suave cosquilleo en el vientre que me hizo
estremecer. ―Te quiero, Alma... nada de ti me va a decepcionar.
Eres la mujer más preciosa que he conocido nunca.
¿Por
qué? ¿Por qué me sentía tan bien y tan mal a la vez entre los
brazos de Thomas? ¿Por qué no podía simplemente amarlo a él en
vez de a Jared? En vez de el que estuvo viéndose con otra mientras
dormía a mi lado, mientras me hacía el amor y decía que era
especial.
No
pude evitar romper en lágrimas al escucharlo, definitivamente era
perfecto.
―Perdón...
―Sollocé mientras dejaba la mejilla sobre su hombro y hundía el
rostro en su cuello con olor a after shave.
―¿Estás
bien, Alma? ―Sus enormes manos me acariciaron la espalda desnuda, y
sentí como depositaba un par de besos suaves sobre mi hombro en un
intento de consuelo.
―Me
encantas, Thomas... ―Susurré sobre su cuello, poniendo todas mis
energías en calmar mi llanto.
―Me
gusta más cuando me lo dices riendo, pequeña. ―Su voz dulce me
producía un efecto de calmante. Me sorprendía el efecto que su
simple voz tenía sobre mí.
―Te
quiero. ―Aquello había salido directamente de mi alma por la boca,
sin ser procesado previamente por mi mente.
Y
no me arrepentí.
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